Que frío, pero claro estamos en enero.
No podemos esperar otra cosa, pero eso no será impedimento para hacer una de las cosas que más me gustan, salir temprano a la calle a tomar el primer café de la jornada.
Hay muchos sitios que me invitan a entrar pero mis pies se dirigen sin pensar a mi cafetería preferida, lo tiene todo, buena gente, buena música, la prensa, paz y sobre todo buen café.
Me refiero al Gran Café Zaragoza.
No sólo me gusta hoy, sino que me trae recuerdos de mi niñez, cuando era la prestigiosa joyería Aladrén.
Recuerdo que me quedaba literalmente pegada a su escaparate, Capitoné rojo Burdeos, con aquellas piezas, tan brillantes, tan bien expuestas sobre terciopelo negro, tan sofisticadas y que me hacían soñar con la edad adulta.
Era fascinante.
Venía con mi madre y era visita obligada. Nunca lo he comentado con ella, le tendré que preguntar.
Era como un cuento de princesas pero en la calle, a la vista de todo el mundo y sólo tenias que entrar dentro y sentir el color y el peso del momento, claro que con ojitos infantiles las sensaciones son mágicas.
Hoy tiene otro encanto y son los amigos que me encuentro cada mañana, Beatriz, John, Alfonso. Cariñosos, amables, a los que no hace falta que les diga como me gusta el café, ellos ya lo saben. Siempre dispuestos a hacer que el momento sea tan especial como siempre.
Sin duda uno de mis lugares favoritos y que hacen que las mañanas tan frías como la de hoy sean cálidas y especiales.
Caffê di mio, per favore...
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